Hoy nos desayunamos con las
encuestas del CIS que vienen a corroborar un cierto hastío de parte de la
ciudadanía con respecto a nuestro actual estado de las autonomías. Y en cierto
modo es comprensible.
Pero ni por un solo momento podemos confundir los efectos de una pésima gestión, de una degeneración en el devenir del sistema autonómico con la esencia de su espíritu.
La lógica hubiera querido que este instrumento del que nos dotamos, o sea, la gestión descentralizada de los servicios más necesarios para la ciudadanía, hubiese sido el mejor de los sistemas para mejorar el bienestar de los españoles. Se daba por hecho que cuanto más cercana se encontrase la administración mejor sería su servicio, más económico su coste y mucho más rápidos sus resultados.
Pero nadie imaginó por un solo momento que en realidad lo que iba a suceder era que cada autonomía dejase de ser herramienta para convertirse en un fin en sí misma. Quizá esto no hubiese sido lo más grave. Lo realmente vicioso es que después de convertirse en un fin en sí mismas han traspasado ese límite para, en multitud de ocasiones, transformarse en pequeños o no tan pequeños cortijos, exclusivamente dedicados a beneficiar a determinados colectivos, entiéndase, políticos e intelectuales que tras las banderas de la diferenciación, el “víctimismo” y la confrontación han podido sobrevivir hasta hoy. No sin una cierta complicidad de una sociedad instalada en el día a día y viviendo muy por encima de sus posibilidades.
Pero ni por un solo momento podemos confundir los efectos de una pésima gestión, de una degeneración en el devenir del sistema autonómico con la esencia de su espíritu.
La lógica hubiera querido que este instrumento del que nos dotamos, o sea, la gestión descentralizada de los servicios más necesarios para la ciudadanía, hubiese sido el mejor de los sistemas para mejorar el bienestar de los españoles. Se daba por hecho que cuanto más cercana se encontrase la administración mejor sería su servicio, más económico su coste y mucho más rápidos sus resultados.
Pero nadie imaginó por un solo momento que en realidad lo que iba a suceder era que cada autonomía dejase de ser herramienta para convertirse en un fin en sí misma. Quizá esto no hubiese sido lo más grave. Lo realmente vicioso es que después de convertirse en un fin en sí mismas han traspasado ese límite para, en multitud de ocasiones, transformarse en pequeños o no tan pequeños cortijos, exclusivamente dedicados a beneficiar a determinados colectivos, entiéndase, políticos e intelectuales que tras las banderas de la diferenciación, el “víctimismo” y la confrontación han podido sobrevivir hasta hoy. No sin una cierta complicidad de una sociedad instalada en el día a día y viviendo muy por encima de sus posibilidades.
Hoy, esa misma sociedad se da
cuenta de que el viaje nos ha costado mucho dinero, que en realidad los
resultados no han sido los perseguidos sino más bien la generación de toda una
red clientelar de carácter local o regional que escondiéndose tras un supuesto
mayor grado de reconocimiento identitario se ha enriquecido a costa de los
ciudadanos. Ya no importa ni siquiera el discurso ideológico o social, están
todos unidos por un interés común, seguir pertrechados y ocultos detrás de esa
supuesta identidad nacional, regional o llámenla como quieran. Lenguas,
banderas o fronteras han sido el maná de estas gentes.
Los que llevamos ya tiempo
defendiendo una revisión del sistema, defendiendo una devolución de las
competencias más importantes al estado, pensando en una gestión eficaz y con un
solo objetivo, el bienestar de los ciudadanos, no tememos decirlo. Un estado
federal es necesario, con la delimitación de competencias claras y definitivas
que dejen de ser moneda de cambio según quien gobierne.
El ciudadano es quien importa. Eso es verdaderamente "lo nuestro", algo palpable y cuantificable que no se diluye en el etereo supra mundo de lo nacional.
Así que por favor, a la gente de
UPyD, que no nos confundan como paladines de ningún
tipo de patriotismo barato, ni quieran identificarnos con centralismos caducos
o españolismo trasnochado. No hay nada de eso.
Solo tenemos una patria común de
intereses, la de que los ciudadanos españoles sean iguales en sus obligaciones
y en sus derechos, independientemente de donde nazcan.