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viernes, 4 de febrero de 2011

Nico, ya tiene 18 años

Hoy, mi querido hijo Nicolás cumple 18 años. Y no dejo de pensar en él y en cómo me sentía cuando fue mi turno en alcanzar la mayoría de edad. Y no recuerdo demasiadas cosas concretas, pero, en cambio, me cuesta muy poco revivir las sensaciones, volver a ponerme la piel de mis 18 años.
Esa sensación de futuro lleno de expectativas, esa impresión de que el mundo me quedaba pequeño para todo aquello que quería hacer. Mis sueños de grandes y muchos viajes repletos de aventuras que luego la vida se ha encargado de darme pero sustrayéndome la parte de las aventuras y transformándola en algo de carácter más crematístico como son los negocios, jajaja.
Pero esta pequeña carta no va sobre mí, ni sobre mi generación, quiere ser una reflexión en honor a mi hijo y a sus colegas, ellos y ellas.

¿Qué tienen entre manos? ¿Les vamos a dejar que sean protagonistas de sus vidas? ¿Vamos a estimularles para que tomen las riendas de nuestra sociedad? ¿Seremos capaces de transmitirles fuerza, ilusión, preparación y agallas? ¿O vamos a convertirlos en personas tristes, meditabundas, asistidas y asustadas? ¿Sabremos dejarles un futuro en el que sean aptos para desechar lo trivial en provecho de lo realmente importante? ¿Conseguiremos que dejen de ser un dato estadístico por el que nos llevemos las manos a la cabeza como es el tema del paro juvenil? 43% ni más ni menos.
Me gustaría tanto que estos chicos y chicas llamasen a la puerta para entrar en nuestro gran salón que es la sociedad española. Pero realmente, ¿es tan atractivo lo que les ofrecemos? Estoy seguro de que tenemos mucho trabajo por delante hasta ordenar y dejar en condiciones nuestro saloncito. Y hacerlo suficientemente encantador como para que nuestra juventud venga a visitarnos y luego quiera quedarse a vivir. Hoy, más bien, parece que hemos creado tal desorden, lo tenemos tan abandonado este salón, que parece un cuchitril. Repleto de mobiliario lamentable como lo es nuestra televisión y sus reality show o esos armarios llenos de secretos inconfesables, de corruptelas políticas y financieras, esas lámparas que ya no iluminan nada sino es falsedad y desaliento. Y es que si conseguimos que entren, ellos serán los primeros en darnos una mano para limpiarlo con carácter inaplazable. Con su ímpetu y sus nuevas ideas, aún vírgenes y carentes de contagios nocivos. Estoy seguro que ellos no esperan otra cosa que venir pero quieren hacerlo sabiendo que les esperamos, sabiendo que les queremos.

Necesitamos abrirles la puerta con la seguridad de que entrarán y se quedarán impresionados de los cambios. Para ello es necesario que nosotros, los mayores, unos indolentes, otros incrédulos, algunos desaparecidos, volvamos al salón y nos pongamos las pilas para prepararlo y que esté todo en su sitio. Tiremos a la basura lo que nos sobra, higienicemos el ambiente, abramos las ventanas y dejemos que el aire fresco de la verdadera justicia social, de la verdadera libertad, se instale. Y de paso, desalojemos las telarañas del cinismo político, del todo vale, del maniqueísmo barato e intentemos escribir en las paredes con graffiti de esperanza, color de juventud y libertad.

Démosles una oportunidad, dejemos de mirarles desde nuestra puerta esperando que vengan a vernos. Si queremos invitarles habrá que agasajarlos como corresponde. Estoy seguro que nos piden bien poco. Con un poco de sinceridad, generosidad, tiempo y comprensión, estarán encantados de acudir a esta cita con su futuro que pasa inevitablemente por formar parte activa de su sociedad, de la nuestra, de ahora y del mañana.



¡Felicidades Nicolás! Y que cumplas muchos más.

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