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sábado, 1 de febrero de 2014

Queridísimo Grandullón


 

El día 31, día por día,  hacía una semana que se cumplían 10 años desde que mamá nos dejara. Pasado mañana se cumplirán 5 años desde que papá partió. Parece ser que estamos perseguidos por la maldición de los lustros. Ayer, como quien acude a una cita ya prevista e ineludible, nos dejabas. Entrabas en la cadena de los malditos cinco años.

Querido Florent, he dudado mucho antes de decidirme a escribir estas pocas palabras que serán insuficientes para contar quien eres para mí. Difícil elección, en la balanza dos sentimientos, un inmenso pudor por explicar en voz alta lo que siento por ti y por otra parte, la necesidad de contarlo para reconfortar a todos aquellas bellísimas personas que desde ayer están regalándonos a Cherry, a mis hermanos y a mí mismo, descripciones sobre quien eras y sobre todo, cómo entendías la vida. Quiero que sepan que no están equivocadas, eras como cada uno de ellas lo entendió.

Huérfanos de ti, la tristeza nos inunda, porque tú eres el cuarto perfecto elemento que complementó siempre este grupito de hermanos tan necesitados los unos de los otros. Es verdad que no hemos sido de los de la llamada diaria, todavía recuerdo como trabajando en la misma empresa y estando a menudo físicamente cerca, a veces pasaban semanas sin vernos.

Pero una llamada telefónica bastaba para estar al pie del cañón. Un te necesito tácito, sin importar el calibre del problema, producía en ti un efecto propulsor difícil de superar. Eras el primer voluntario para todo, quien nos guiaba en la maraña de los papeles familiares, quien siempre aportaba ese punto de vista tan perspicaz y tranquilo que nos contagiaba suficientemente para saber que si tú lo decías, así debía ser. No era imposición, era naturaleza de ley. Acostumbrados a ti en ese papel de guía fraternal.

Pero lo mejor, lo mejor de ti, era tú mirada enlazada a esa risa tan particular mientras te llevabas las palmas de las manos hacia la nariz de los Muzzati y las unías en signo de un falso nerviosismo. Eras pura felicidad. Era un placer observarte. Claudia, mi hija, tiene el mismo gesto. Es maravilloso que estas cosas sucedan, tu sobrina imitándote y sabiéndolo, sin poder evitarlo.

Y sin que tú lo notaras, eso es lo que yo hacía contigo. Observarte. Porque hermano has sido siempre tan impenetrable que he tenido que recurrir a una de mis facetas prodigiosas según dicen, la de observador. Y eso hacía, disfrutar contigo ante la mirada que dirigías hacia un buen plato de cocina, o cómo te reías con nosotros, en el trabajo o en las reuniones de hermanos cuando salía algún tema de esos que te producían tanta hilaridad. Y sobre todo, como mirabas a Giovanni Giorgio, tu pequeño legado, que un día será capaz de comprender quien eras y de donde venías. Nos encargaremos todos, con Cherry a la cabeza.

Si jugáramos a decir qué somos cada uno en una sola palabra yo diría que tú eras vida, queridísimo hermano. ¡Tú eras vida!

Rebosabas de vida, alegría y ganas de sentirla. Y esta maldita enfermedad vino a ponerte las peras al cuarto y tú la enfrentaste con tu acostumbrado valor y optimismo. Hasta el último momento supiste que la vencerías pero sobre todo, lo más importante como siempre para ti, era que estuviésemos convencidos nosotros. Te guardaste tu propio miedo y esas posibles dudas. Al enemigo, el cáncer, ni una concesión.

Te voy a echar de menos, de modo absolutamente insoportable. Te buscaré y pensaré en ti en cada comida que haga en el famoso bar de los mediodías, te intentaré ver llegar a través del parking de fábrica para saludarte desde lejos, te reencontraré en las fotos de familia para recordar cada gesto y cada mirada.

Te buscaré el resto de mi vida hasta mi último suspiro. Y entonces sabré que me estás esperando del otro lado, con una copa de buen vino friulano, para de nuevo reír juntos y discutir de política.

Te quiero

 

 

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